No sabría definir qué es lo que me proponía cuando el 1º. de febrero de 1981 empecé a escribir. Tampoco sé definir qué es lo que me propongo treinta años después. Intuyo que desde el comienzo hubo una intención, difusa, oscura: la necesidad de saber algo de mí que no conseguía solamente reflexionando. El ejercicio constante y disciplinado de la palabra escrita durante tres décadas acabó construyendo a Liscano el escritor, que ya no sabe quién era el otro, el que empezó escribir. Sabía, sí, también de manera oscura y difusa, qué no quería escribir. Era un proyecto por la negativa. Lo mismo me ocurre hoy. A veces me abisma sentir que mi forma de ser depende de lo que escribo y no al revés. Que mi vida puede cambiar de sentido si escribo lo que no quiero escribir. El hecho de que el escritor trabaje con la palabra escrita lo lleva en forma permanente al límite. La palabra es su materia de trabajo y, a la vez, debe usarla para reflexionar sobre lo que hace. Lo que aquí se publica es el resultado de dedicar treinta años, de modo radical y exclusivo, al trabajo de contar. Creo que ese era el proyecto inicial: el que yo quería ser solo iba a ser escribiendo. CL Melilla, 2011